El presidente ruso, Vladimir Putin, y el estadounidense, George Bush, están cada vez más cerca de alcanzar un acuerdo sobre un escudo antimisiles capaz de defender a Rusia, Estados Unidos y Europa de amenazas de los poderes nucleares emergentes como Corea del Norte e Irán.
Mientras, hace unas semanas, y de forma más discreta, el mismo Gobierno ruso anunció que ayudará a Birmania (ahora Myanmar), un país dirigido por una junta militar, con un negro historial en materia de recursos humanos y objeto de sanciones de Europa y Estados Unidos, a construir un reactor nuclear con fines civiles a cambio de una buena cantidad de dinero.
Defenderse del ex amigo
Esto último subraya la responsabilidad que tienen algunos países en la diseminación del conocimiento nuclear y la paradoja que entraña construir mecanismos de defensa contra países a los que previamente se ayudó, de forma directa o indirecta, a dotarse de tecnología nuclear.
Aunque no podrá utilizarse en teoría para la fabricación de armas atómicas –la central birmana utilizará uranio poco enriquecido y estará bajo la supervisión de la Agencia de la Energía Atómica–, su camino recuerda al emprendido por Corea del Norte e Irán, dos de los miembros del calificado por Bush como "eje del mal".
En el caso de Corea, la tecnología le fue suministrada por Pakistán a comienzos de los 90. El país fue capaz de producir plutonio para armas nucleares a partir del combustible utilizado en los reactores nucleares de uso civil.
En cuanto a Irán, el país contra el que se construye el escudo antimisiles, su programa se desarrolló también con ayuda paquistaní (y diseños alemanes) y con la ayuda de China y, sobre todo, de Rusia, el país que ahora tiende una mano al régimen birmano.
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